Páginas

sábado, 26 de octubre de 2013

Desde entonces no he vuelto a llegar tarde a ningún sitio.

Éramos como la tormenta desatándose sobre el océano. Esa profundidad a la que no es capaz de llegar ni la luz. Muy fondo, tanto que a veces no podíamos alcanzar la superficie. Una catástrofe del color de tus ojos. Te juro que morir puede resultar bonito. Es una contradicción. Ahí estaba, delante de ti, bajándote los calzoncillos y sin paracaídas. Solo con preservativos, pero follar con condón... Me pregunto ''Sigues tomándote las anticonceptivas, ¿verdad?''. Y luego se hizo de noche repentinamente, o es que nuestros besos duraban lo suficiente como para que mantuviésemos los ojos cerrados hasta olvidarnos de la luz. ¿Puedes recordarlo?, ¿notar cómo se abrazaban nuestras lenguas? Con las manos no trazábamos rutas imaginarias en el cuerpo. Todas conducían a tu cama. Y todas parecían no terminar nunca. Retrasábamos el orgasmo por querer trasnochar haciendo el amor. Nadie lo entenderá, pero creamos una religión aquellos días. Quizá si nunca creímos en Dios, sí es cierto que no podíamos dejar de creer que dormir juntos era alcanzar la catarsis. El mundo nos perdonaba los pecados. Y cuando amanecía pensaba que seguía soñando, porque nunca me acostumbré demasiado a lo bonito.
Nunca olvidé del todo el daño, de esas noches y de sus insomnios, esperándote, sin saber quién eras.
Yo simplemente me tumbaba en la cama y notaba un vacío que no podía abarcar con los brazos. Sé que en realidad no, per a veces se me paraba el corazón. Hacía demasiado frío la ausencia prolongada.
La soledad crónica. La necesidad constante. Luego te encontré, un martes, y desde entonces no he vuelto a llegar tarde a ningún sitio.


No hay comentarios:

Publicar un comentario